“Pido
la paz y la palabra”
“Escribo
en defensa del reino
del hombre y su justicia. Pido
la paz
y la palabra. He dicho
«silencio»,
«sombra»,
«vacío»
etcétera.
Digo
«del hombre y su justicia»,
«océano pacífico»,
lo que me dejan.
Pido
la paz y la palabra.”
en defensa del reino
del hombre y su justicia. Pido
la paz
y la palabra. He dicho
«silencio»,
«sombra»,
«vacío»
etcétera.
Digo
«del hombre y su justicia»,
«océano pacífico»,
lo que me dejan.
Pido
la paz y la palabra.”
Blas de Otero
Blas
de Otero publicó en 1955 el poema “Pido la Paz y la palabra” dentro de un
poemario homónimo. Poemas como este recuerdan, tras la Guerra Civil española,
la implantación de la dictadura del general Franco. El poeta reacciona ante el
panorama político-social, que supone la aniquilación de la democracia; frente a
la falta de libertades, la censura, la clandestinidad y la muerte, reafirma su
fe en el hombre, en la paz y la palabra; frente a la convulsión de la dictadura
confirma su compromiso por la solidaridad y la libertad.
Han
pasado muchos años desde la publicación de este poema. Sin embargo, este tipo
de poesía social continúa teniendo vigencia. Es obvio que ha cambiado la
realidad socio-política española. Tras la dictadura, se ha implantado un
régimen democrático, de libertades. No obstante, el sistema actual de partidos,
la corrupción, la falta de una auténtica participación ciudadana en la
política, la alarmante desigualdad, las injusticias, etc., a lo que se añade el
problema de las guerras, las migraciones a nivel internacional, el hambre y la
miseria, reclama tomar opciones claras, actuar. Por eso, hoy también “pido la
paz y la palabra”, como exigencia crítica de lucha por un mundo más justo,
libre y solidario.
Desde
este blog se intentará la reflexión, aunque se antoje un análisis simplista, de
algunos acontecimientos de la actualidad desde una perspectiva histórica.
Es inusual que permanezca sentado en
mis clases y, más aún, que lea el contenido del tema que tratamos. Permitidme
hoy, empero, que eludiendo esta práctica personal, me dirija a vosotros desde
esta silla y esta mesa, que sirven de soporte para mi exposición. No va a
suponer ésta el último apartado del programa o temario del curso, sino una
reflexión sobre el sentido del estudio de la historia. Quizás sea menos
didáctico que habitualmente y más teórico, más árido aun, pero, como alumnos de
bachillerato, estoy seguro de que comprenderéis el alcance de este corto
discurso. Pese a todo, al final tendremos ocasión de comentar los aspectos menos
claros, o más complejos, de esta exposición.
A lo largo del curso, me habéis
escuchado poner en duda ciertas frases
hechas, predeterminadas, sobre la historia, tales como que “la historia se
repite”, que “la historia es maestra de la vida”, que “la historia es una
sucesión de fechas y acontecimientos”. Porque, si bien pueden no ser falsas,
tal vez no resulten una verdad total, y esto quizás trastorne la realidad
histórica. Nunca puede repetirse la historia porque las situaciones siempre son
distintas, aunque tengan ciertas similitudes, y, lo que es más importante, los
protagonistas no son los mismos, sino otras personas que con libertad abordan
asuntos, toman decisiones en una u otra dirección. El conocimiento del pasado
puede orientar ante circunstancias nuevas que se nos imponen. En este sentido
algunos afirman que es maestra de la vida, pero este magisterio ha de estar
siempre supeditado a las opciones libres que toda persona debe tomar durante la
vida. Es obvio que los acontecimientos y las fechas marcan el tiempo, que incluso
algunos están intrínsecamente inmersos en causalidades y repercusiones en el devenir
poco azaroso y de gran libertad que es el devenir histórico, aunque no es lo
más relevante la susodicha sucesión de fechas y acontecimientos.
Por ende, ante esta apabullante
empresa del estudio de la historia, quizás más inconsciente que
conscientemente, os hayáis interrogado, aun en medio del agobio de dirigir
vuestra tarea a un exitoso examen, sobre el significado de la historia, sobre
la utilidad –nunca he sido muy partidario del utilitarismo vital- de la
historia. En nuestro estudio este curso de Historia del Mundo Contemporáneo,
como siempre que he explicado historia, mi intención ha sido anclar el
presente, en el que se desarrolla nuestra vida, en el pasado, que otros
asentaron y nos han legado, para proyectar un futuro del que seréis los
protagonistas. Y esto con la finalidad de que este protagonismo lo llevéis a
cabo desde vuestra condición de ciudadanos libres.
Algunos de vosotros pensarán que
todo eso está muy bien, pero no deja de ser una teoría vacua, y que desconoce
qué es lo que se quiere justificar. Tengo que manifestar que no deseo
justificar nada, simplemente responder que un ciudadano libre es un ciudadano
autónomo con derechos y responsabilidades. No es, por tanto, un súbdito como en
la Edad Moderna, sino una persona libre, artífice de la estructura social,
política y económica que está en continua formación o, mejor, en continua
transformación. La historia juega en este sentido un papel significativo, una
tarea ardua mas no imposible: ayudar a esquivar la manipulación a la que
pretenden someternos, mediante pseudovalores, los intereses de las élites
hegemónicas. Estos falsos valores encuentran una intensa transmisión desde los
medios de comunicación dominados por los poderes dominantes. Su finalidad es
convertir al pueblo en una masa de ciudadanos dóciles, influenciables y
manipulables. Es decir, de fácil control de las mentalidades y, por tanto, de
dirigir sus comportamientos. Y, desde esta perspectiva, he pretendido que
entendáis que la historia no es el estudio cansino de una sucesión de fechas y
acontecimientos en los que los protagonistas son los que detentan el poder (emperadores,
reyes, califas, emires, presidentes, papas, obispos, imanes, rabinos,…), sino
que el protagonista de la historia es el pueblo. Sin embargo resulta complicado
afirmar que este protagonismo ha sido libre a través de los siglos. En
demasiadas ocasiones ha estado mediatizado por ideas y creencias difundidas,
unas veces de manera sutil, otras de manera abrupta, por agentes al servicio
del sistema establecido. De esta forma se han forjado unas mentalidades, un
“imaginario colectivo” -palabra que gusta a los historiadores-, capaz de
orientar los comportamientos, como siervos sumisos de los intereses del mencionado
sistema de poderes.
Desde
el análisis precedente, sobre el estudio de la historia se abre una nueva
dimensión. Implica el conocimiento de las mentalidades, de ese imaginario
colectivo, que ha movido en una dirección u otra las acciones del pueblo en el
pasado (en este aspecto podría percibirse el sentido de la historia como
maestra) con el objetivo de, evitando la manipulación, conseguir un grado mayor
de libertad, que implicaría acceder a un mayor espacio de autonomía crítica. Desde
esta óptica, la historia debe ofrecer una finalidad transformadora. Y en esto
radica la función motivadora y su utilidad en la enseñanza. Lo que sucede es
que, a veces, más de las que hubiera preferido, no sido lo suficientemente
diestro de llevarlo a buen término.
El estudio de la historia como
historia del pueblo, como historia de las conductas del pueblo, con sus
momentos de sumisión, de aceptación pasiva de las circunstancias o de rebelión
y revolución, nos obliga a tomar actitudes críticas ante la sociedad en que
vivimos. Nos posibilita no sólo el conocimiento de hechos, sino también el
análisis de estructuras -otra palabra que también gusta a los historiadores-
políticas, sociales y económicas del pasado con el propósito de contribuir a
hacer lo mismo sobre las estructuras, el sistema organizativo del presente, de
la actualidad. Por ello, nos exigirá posicionarnos ante realidades de flagrante
conculcación de los derechos humanos, nos exigirá combatir posturas machistas o
xenófobas, nos exigirá apostar con radicalidad, en definitiva, por un sistema
democrático y más igualitario.
Todo
lo anterior podríamos adornarlo con ejemplos de lo que habéis estudiado durante
la ESO y el Bachillerato (desde los orígenes del hombre hasta nuestros días),
pero creo que no es el momento. Sois vosotros los que debéis realizar una
reflexión y profundización desde los conocimientos que habéis adquirido.
Finalmente, una cuestión personal:
¿realmente yo, como profesor, he sido capaz de transmitiros lo que ahora os
manifiesto? No lo sé. Lo he intentado, aunque de intentos no se vive. Sois
vosotros los que os tenéis que responder. Algunos de vosotros sabéis que yo soy
estudioso teórico de la oratoria. Los preceptistass, los maestros de la
oratoria clásica española del Siglo de Oro español, decían que la finalidad del
orador era triple: enseñar, deleitar y mover. Dicho de otro modo: poseer la
habilidad suficiente para enseñar con agrado y entretenimiento, teniendo como
meta impulsar al público, en este caso a los estudiantes, hacia
transformaciones en la sociedad. ¡Ojalá haya conseguido, aunque sólo haya sido de
manera exigua y algunas veces, este triple objetivo! Aunque también os digo que
si, como os he ido manifestado, el fin último es ayudar a formar ciudadanos
libres, el estudio de la historia - y de todas las asignaturas- no debe medirse
por el grado de felicidad en el trabajo diario, sino en el grado de consecución
de la categoría de ciudadanos. Sed conscientes de que el estudio supone trabajo,
esfuerzo, sacrificio (palabra políticamente poco correcta en la actualidad),
responsabilidad, pero convenceos de que es parte importante de vuestra
formación como ciudadanos libres y autónomos, dispuestos a tomar decisiones sin
miedo a equivocarse, porque el derecho a equivocarse debiera figurar en la
Declaración de Derechos Humanos, ya que los errores podemos convertirlos en
impulso formativo.
Para concluir, deseo expresaros, y
con vosotros a todos los que han sido alumnos míos, mi pesar por los desatinos
que he cometido en mi labor como profesor de historia, por no haber tenido la
habilidad tantas veces de convertir la aridez en placer. Me siento, pese a
todo, satisfecho de mi labor: soy un enamorado de la historia y de la profesión
docente, y orgulloso de haber colaborado en la formación de varias generaciones
de jóvenes. A su vez os quiero mostrar, ahora que me ha llegado el momento de
la jubilación, mi agradecimiento porque habéis sido pieza importante en mi
andadura vital, en mi desarrollo como persona. GRACIAS.
En el IES
Macarena de Sevilla, a 22 de junio de 2016.
Miguel Ángel Núñez Beltrán
* * *
“Pido la paz y la palabra” (Blas de Otero)
OBLIGADOS
A SER HÉROES
El
atentado terrorista de Barcelona no debe quedar en el olvido
Cada día tiene su afán y los afanes varían con el paso de los
días. Los acontecimientos de los últimos días pueden hacer olvidar otros que
nunca cesan en importancia, de manera especial en quienes los sufren. Por eso
hoy quiero recordar a las víctimas del atentado de Barcelona.
En todos
los atentados terroristas salen a colación las víctimas y los victimarios, los
inocentes que murieron y sus malvados asesinos. Es cierto que, unido a ellos, se
habla de los familiares de los primeros también como víctimas pero, quizás de
manera inconsciente, en un grado menor y, por tanto, pronto se tiende a
relegarlos al olvido. Precisamente esta sencilla reflexión quiere rendir
homenaje a estas familias que, por odio y maldad, han perdido a sus seres
queridos y con ello les han dejado un hueco muy difícil, si no imposible, de
llenar.
Después de muchos años, mejor siglos, de enfrentamientos y
guerras de todo tipo parece que nuestra sociedad occidental ha optado por un
sistema, mejorable siempre, de democracia, libertades y respeto a los derechos
humanos. Además, cada vez cala más profundamente en los ciudadanos los valores
de justicia, igualdad y solidaridad como exigencia social y política. Es
precisamente la defensa del sistema que nos hemos establecido y la paz que
anhelamos los que provocan rechazo frontal al terrorismo y a las ideologías que
lo sustentan. Este rechazo doctrinal puede tornarse en visceral en las personas
que sufren de cerca la violencia terrorista. Y no sólo ha de comprenderse su
postura, aun cuando sea airada, sino incluso justificarla.
A veces las familias víctimas del terrorismo se rebelan en su
interior contra la exquisitez de razonamientos provenientes de la “ortodoxia”
bienpensante o de los expertos analistas sobre el terrorismo y su origen. Y
esto porque les cuesta admitir comprensiones justificativas de la barbarie, de
la fuerza destructiva del terrorismo, del mal, en definitiva. Quizás porque su
admisión significaría, aun en sentido laxo, una heroicidad. Y no toda persona posee
aptitud para la heroicidad, ni está llamado a ser héroe. Estas familias,
personas con nombres y apellidos, gritan en su interior, cuando no también en
el exterior, un “por qué” sufriente. Y tienen derecho a no aceptar las
respuestas refinadas de los bienpensantes, porque se antoja que lo más
razonable es el silencio respetuoso y cercano, ya que tal vez no existan
respuestas a su dolor. O al menos para quienes se desconoce si tienen madera de
héroes, algo que nunca debe reclamarse a nadie.
No significa lo anterior que se dude de la sinceridad de
intenciones de los expertos sobre las causas del terrorismo. Tampoco, de los
que proclaman la altura de miras que en todo momento se ha de tener. Tampoco,
de los que hacen correr palabras y tinta sobre la necesidad de educación e
integración, algo evidente y que ha de conllevar respeto a la democracia,
libertades y derechos humanos. Tampoco, de los que afirman que el terror no
proviene de creencias religiosas, porque ninguna religión que comporte guerra y
violencia debe denominarse como tal -será otra cosa-. Tampoco, de quienes insisten
en la marginación o la miseria, pues éstas de por sí no conducen necesariamente
al terrorismo (baste, como ejemplo, la actitud pacífica de vecinos en los
barrios marginales de nuestra sociedad occidental o de otros países en vías de
desarrollo). Entonces, ¿qué es lo que sucede? Quien esto escribe no se
considera bienpensante experto en la materia y, por ende, no pretende, aunque quizás
tampoco sepa, dar una respuesta convincente. Además estima que sería
convertirse en portavoz del dolor de las familias víctimas y no es tan osado
como para hacerlo. De lo que sí está seguro es de que estas víctimas exigen
firmeza ante el mal: firmeza en las defensa de sus libertades; firmeza y
seguridad para una vida en paz; firmeza en la aceptación por todos los
ciudadanos -provengan de donde provengan- de los derechos y deberes
constitucionales. Sólo así el “no tengo miedo” voceado en la manifestación contra
la acción terrorista de Barcelona puede ser asumido con realismo. Sólo así
puede apostarse con garantías por un futuro en paz y armonía en el que el
diálogo, el respeto y la no violencia sean los principios de las relaciones
humanas.
En medio del dolor y también de la ira e incomprensión, a
veces, de las familias víctimas, como Blas de Otero, “pido la paz y la palabra”:
la palabra como vehículo de la paz y de la convivencia, sabiendo que estas
familias víctimas no están obligados a una heroicidad inserta en el vacío
inmenso que han dejado sus hijos, hermanos, padres o familiares.
A
la víctima número 15 de Barcelona del 17 de agosto de 2017, Pau Pérez Villán;
a
todas las víctimas. D.E.P.
A
sus familias
* * *
“Pido la paz y la palabra” (Blas de Otero)
¿NACIONALISMO
DE IZQUIERDAS?
Hace varios años una alumna de 4º de ESO -no recuerdo el
tema que tratábamos, pero carece de importancia- me preguntó: “¿Una persona de
izquierdas puede ser nacionalista?” Yo no le respondí, sino que le propuse que
reflexionase, aprovechando lo que habíamos estudiado, sobre el significado de
las palabras nacionalismo, socialismo y democracia. Al día siguiente la alumna
planteó el resultado de su reflexión, se discutió en clase y, de manera
tajante, los alumnos llegaron a la conclusión teórica de que una persona de
izquierdas, entendiendo como tal un socialista, nunca puede ser nacionalista ni
defensor de posturas que pudieran atisbarse como tales.
Viene esta anécdota a colación porque, en medio de los posicionamientos defendidos en torno a los
asuntos que se viven en Cataluña, parece que no siempre han aparecido claros ciertos
aspectos por parte de los partidos de izquierdas. Únicamente algunos políticos,
muy pocos, han afirmado con rotundidad que el socialismo supone
internacionalismo, opuesto a todo nacionalismo, se llame o se apellide como
sea.
La ideología nacionalista, proveniente del romanticismo,
fue asumida por la burguesía en el siglo XIX con la sola finalidad de hacer frente
a un socialismo emergente y preservar sus privilegios. Hay que tener en cuenta
que la burguesía liberal tiene como objetivo la defensa egoísta de sus
intereses. Podría afirmarse, por ende, que la burguesía liberal no tiene
patria, su patria es el dinero, y busca implantar, a través del nacionalismo,
un sistema de protección de su propio interés frente a un proletariado cada vez
más oprimido.
El socialismo, la izquierda, es internacionalista, lo que
implica ruptura de barreras, murallas y fronteras; significa apostar con fuerza
por la solidaridad, en especial con la clase obrera.
Desde esta perspectiva, únicamente desde el rechazo del
nacionalismo separatista, disgregador e insolidario puede reivindicarse una
democracia auténtica en la que las desigualdades y la exclusión no sean una
constante asumida con delicadeza y engaño viles; y no se conviertan en algo
aceptado con resignación por los trabajadores, haciéndoles sentir, con falsas
afirmaciones, que son pueblo soberano, cuando la soberanía sigue ejerciéndola
el poder del dinero en manos de la burguesía.
Y esto se entronca con la finalidad pedagógica que han de
tener los movimientos sociales, los partidos y los sindicatos. La izquierda
debe ser transmisora para la ciudadanía de los auténticos valores del
socialismo y ello conlleva el rechazo del nacionalismo en pos de una educación
internacionalista.
Por todo ello, como Blas de Otero, me atrevo a pedir la
paz y la palabra. Pido a los partidos y movimientos de izquierda que defiendan
el internacionalismo obrero, el anticapitalismo, con energía y paz, sin
tacticismos políticos ni complejos o condescendencia con el nacionalismo. Esto
exigirá el repudio de las barreras nacionalistas. Que nadie apoye un
nacionalismo caduco y burgués en nombre del socialismo, del anarquismo o del
anticapitalismo. Que no nos engañen: quienes defiendan el nacionalismo o se lancen
a una aventura nacionalista, aunque afirmen lo contrario, forman parte de la
burguesía liberal o concuerdan con los posicionamientos liberales.
Me considero de izquierdas. Mi ideología se ha ido
forjando desde la “compleja” combinación de los humanismos cristiano, marxista
e incluso anarquista. A muchos les parecerá una extraña combinación y, por
ende, una imbecilidad. Cada cual es libre de pensar lo que quiera. Lo cierto es
que por lo afirmado anteriormente, no soy nacionalista, de ninguna tendencia -¿quizás
deba añadir “con perdón”?-.
“Pido la paz y la palabra” (Blas de Otero)
SOBRE BLANCO,
NEGRO Y OTROS TÉRMINOS DE LA R.A.E.
El hispanista
británico Stanley Payne habla de la obsesión que en la actualidad existe en
España de analizar cualquier acontecimiento presente o pasado desde una triple
perspectiva: raza, clase y género, lo que él denomina la santísima trinidad de
la corrección política. Y quizás tenga razón. Se critica o menosprecia todo
aquello que no entre dentro de estos planteamientos, olvidando otras
circunstancias que también han de tenerse en cuenta para la comprensión y el
estudio del pasado. Un riguroso análisis debe intentar ser objetivo y, en
muchas ocasiones, supera dicha triple perspectiva, máxime porque no pueden
analizarse con rigor acontecimiento, actitudes, comportamientos y mentalidades
del pasado histórico con los solos presupuestos del presente.
Debido
al análisis, en ocasiones simplista, de aspectos culturales, sociales o políticos
puede acusarse al lenguaje, sin más, de racista, explotador o machista, sin
tener en cuenta el valor histórico del mismo. Es cierto que el lenguaje y, por
ende, el idioma ha de adaptarse al momento presente, pero siempre sin anular el
significado que en otros momentos tuvo. Sólo de esa manera puede ayudar a
entender mejor su evolución.
Viene
esto a colación porque con facilidad se pide que se revisen y se anulen ciertas
acepciones de algunas palabras, aun a costa de que su eliminación supusiera la
incomprensión en un futuro del significado de las mismas en un contexto
histórico, social o literario determinados.
Como
ejemplo de esto, y meramente a título orientativo, sin entrar en
consideraciones o estudios profundos, vamos a exponer el significado de dos
términos conforme al diccionario de la Real Academia de la Lengua, blanco y
negro. Indicamos solamente los aspectos “extraños o negativos” en algunas de
sus acepciones (el número indica la acepción correspondiente). Se copia
literalmente.
BLANCO
7. adj. Pálido, generalmente a causa de una emoción fuerte, un susto o una
sorpresa. Se quedó blanco del susto.
8. adj. coloq. cobarde (‖ pusilánime). Apl.
a pers., u. t. c. s.
11. adj. germ. Bobo, necio. Apl.
a pers., era u. t. c. s.
12. adj. germ. Dicho de un jugador: Que por su candidez e impericia, resultaba
fácilmente despojado de su dinero mediante trampas. Era
u. t. c. s.
13. m. Objeto situado a distancia sobre el que se dispara para ejercitarse en el
tiro y puntería, o para graduar el alcance de las armas.
14. m. Persona o cosa sobre la que se dispara o a la que se dirige una acción
determinada. Fue blanco fácil de todas las críticas.
NEGRO
8. adj. Muy sucio.
10. adj. Dicho de una sensación negativa: Muy intensa. Pena negra. Frío negro.
11. adj. Dicho de ciertos ritos y actividades: Que invocan la ayuda o la presencia
del demonio. Magia negra. Misa negra.
13. adj. Infeliz, infausto y desventurado.
15. adj. coloq. Muy enfadado o irritado. Estaba, se puso negro.
17. m. Persona que trabaja anónimamente para lucimiento y provecho de otro, especialmente en trabajos literarios.
Es
cierto que alguna de estas acepciones puede ser reminiscencia del pasado y que
en la actualidad apenas se utiliza. Pero es necesario siempre tenerlas en
cuenta para conocer la evolución histórica de nuestra lengua. Lo mismo podría
realizarse con otros términos. Cada cual juzgue a su antojo, sin prejuicio de
la corrección política.
* * *
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